martes, 11 de mayo de 2010

LA DEMOCRACIA Y JOSÉ SARAMAGO

La democracia sigue siendo uno de los hermosos sueños que a millones de seres humanos nos ha provocado desasosiegos. Muchas veces la hemos visto al parecer cerca y de a pocos se fue esfumando; una y otra vez hemos soñado con ella, mientras algunos seguían en sus discursos que se nos antojaron sinceros. En repetidas oportunidades renació el sueño de la esperanza y así se ha vivido a lo largo de los siglos, desde que los griegos acunaron la palabra. Primero, fue para imaginar la posibilidad de democratizar en algo el poder irreductible de los dioses, frente a los semidioses y los hombres. Luego, para hacer ensayos entre los hombres y sus orgullos; magna tarea ésta, que al parecer será siempre inconclusa.

La revolución francesa, fiel al sueño griego, quiso darnos la receta, sobre el progresivo logro de la libertad (como soporte inicial), la igualdad (como paso inmediato) y la fraternidad (como el clímax en el cual el mundo debía ser feliz).

El sueño democrático sigue en la fiebre de perfeccionar la naturaleza humana. Así surgió el estado febril para llevar al triunfo a Barack Obama, en los Estados Unidos. La fiebre va pasando y la democracia continúa en espera de una alegría más y un llanto menos. A veces, somos observadores de este drama. Y es lo que hizo José Saramago, al escribir en su blog el texto que traemos en seguida.
VOLVIENDO AL TEMA

Aprendemos de las leccciones de la vida que de poco nos puede servir una democracia política, por más equilibrada que parezca presentarse en sus estructuras internas y en su funcionamiento institucional, si no está constituida de raíz por una efectiva y concreta democracia económica y por una no menos concreta y efectiva democracia cultural.

Decir esto hoy podría parecer un exhausto lugar común, reminiscencias, inquietudes ideológicas del paso, pero sería cerrar los ojos a la simple verdad histórica no reconocer que esta trinidad democrática - política, económica, cultural -, cada una complementaria y potenciadora de las otras, representò, en el tiempo de su esplendor como idea de futuro, una de las màs apasionantes banderas cívicas que alguna vez, en la historia reciente, fue capaz de despertar conciencias, movilizar voluntades, conomover corazones. Hoy, despreciada y arrojada a la basura de las fórmulas que el uso cansó y desnaturalizó, la idea de democracia económica convertida en un mercado obscenamente triunfante seha dado de bruces con una gravìsima crisis en su vertiente financiera, mientras que la idea de democracia cultural ha sido substituida por una alienante masificación indusstrial de las culturas. No progresamos, retrocedemos. Y cada vez será màs absurdo hablar de democracia si nos empeñamos en el equìvoco de identificarla únicamente con las expresiones cuantitativas y mecànicas que se llaman partidos, parlamentos y gobiernos, sin atender a su contenido real y a la utilizaciòn distorsionada y abusiva que, en la mayorría de los casos, se hace del voto que los justifica y los sitùa en el lugar que ocupan.
No se concluya de lo que acabo de decir que estoy contra la existencia de los partidos: yo mismo soy miembro de uno. No se piense que aborrezco parlamentos y diputados: los querría, a unos y otros, mejores en todo, más activos y responsables. Y tampoco se crea que soy el providencial creador de una receta mágica que permitiría a los pueblos, de ahora en adelante, vivir sin tener que soportar malos gobiernos y perder tiempo con elecciones que pocas veces resuelven los problemas: me niego a admitir que sòlo sea posible gobernar y desear ser gobernado de acuerdo con los modelos supuestamente democráticos en uso, a mi manera de ver, pervertidos e incoherentes, que, no siempre con buena fe, cierta especie de políticos intentan convertir en universales, con promoesas falsas de desarrollo social que apenas consiguen disimular las egoìstas e implacables ambiciones que las mueven. Alimentamos los errores en nuestra propia casa, pero nos comportamos como si fuèsemos los inventores de una panacea universal capaz de curar todos los males del cuerpo y del espìritu de los seis mil millones de habitantes del planeta.
Diez gotas de nuestra democracia tres veces al día y seréis felices para siempre jamás. En verdad, el único verdadero pecado mortal es la hipocresía.

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