A esta altura del tiempo, el liderazgo de Barack Obama en los Estados Unidos de Norteamérica tiene un peso extraordinario para nuevas posibilidades en ese país y en el mundo, en gran medida debido a la entrega de una juventud que hoy desarrolla un pensamiento diferente al de sus antecesores. Y Obama es, para ahora y para el futuro, motivo de serias polémicas. Pero todos entendemos fácilmente que la felicidad solo existe cuando es compartida y que el valor de la satisfacción tiene real significado si se da en paz y armonía, lejos de los estigmas sobre blancos o negros y lejos de cualquier forma abierta o encubierta de racismo. Lo que ocurre es que existen grupos, ahora estadísticamente minoritarios, que se habituaron a poner las reglas de juego que justamente los jóvenes nortemaricanos ya no aceptan.
La figura de Obama nos permite recordar el largo peregrinaje negro ( por ejemplo, nucleado alrededor del SNCC, que nacido en 1960 agrupaba también a partidarios blancos) para acceder a lo que hoy es formidable escena en pos de un paso más a favor de la democratización de los seres humanos, no solo en los Estados Unidos. Un mundo entero, muchas veces aplastado, vilipendiado, excluido, silencioso, encuentra ahora un paradigma que ellos y los demás deben apreciar, como prueba inequívoca de la igualdad en las diferencias. Hay muchos sueños que se tejen alrededor de lo que Obama y sus colaboradores pueden lograr para que el mundo avance, no solo en las nuevas tecnologías sino también en el ejercicio de los valores más dolorosamente incumplidos, tales como la verdad y la justicia.
A propósito deObama y su formidable camino, hemos recordado una escena que fue vivida en el Madrid de 1969, entre el argentino Orlando Michelasi, el boliviano Oscar Rivera Rodas (actual miembro de la Academia de la Lengua Boliviana) y mi persona, como un peruano neto de la sierra central. Era febrero, todavía muy frío, en la capital española. Jóvenes de muchos países habitábamos en la Calle de la Granja, muy cerca de la Ciudad Universitaria. Ocurrió que un día memorable, allí, Orlando leyó con emoción extraordinaria la Elegía a Emmett Till, luego de Little Rock, ambos poemas memorables del poeta negro cubano Nicolás Guillén. El libro era mío, pues Nicolás es desde siempre uno de mis poetas favoritos, especialmente por la sencillez y la gran musicalidad de su poesía. Así es, desde Motivos del son y Songoro cosongo. Oscar Rivera, días más tarde, tomó el poema para un extenso análisis, como parte de los trabajos que debíamos realizar en el curso de postgrado.
Para quienes aman la poesía negra, con la epopeya vivida por su autor y por sus autores, transcribimos la elegía que escribió Nicolás Guillén, en memoria de Emmett Till, símbolo de una larga lucha por la dignidad negra, que tiene como un hermano, confidente y testigo al río Mississippi.
ELEGÍA A EMMETT TILL
A Miguel Otero Silva.
El cuerpo mutilado de Emmett Till,14 años, de Chicago, Illinois, fue extraído del río Tallahatchie, cerca de Greenwooe, el 31 de agosto, tres días después de haber sido raptado de la casa de su tío, por un grupo de blancos armados de fusiles...
The Crisis, New York, octubre de 1955.
En Norteamérica,
la Rosa de los Vientos
tiene el pétalo sur rojo de sangre.
El Mississippi pasa
¡oh viejo río hermano de los negros!
con las venas abiertas en el agua,
el Mississippi cuando pasa.
Suspira su ancho pecho
y en su guitarra bárbara,
el Mississippi cuando pasa
llora con duras lágrimas.
El Mississippi pasa
y mira el Mississippi cuando pasa
árboles silenciosos
de donde culegan gritos ya maduros,
el Mississippi cuando pasa,
y mira el Mississippi cuando pasa,
cruces de fuego amenazante,
el Mississippi cuando pasa,
y hombres de miedo y alarido,
el Mississippi cuando pasa,
y la nocturna hoguera
a cuya luz caníbal
danzan los hombres blancos,
y la nocturna hoguera
con un eterno negro ardiendo,
un negro sujetándose
envuelto en humo el vientre desprendido,
los intestinos húmedos,
el perseguido sexo,
allá en el Sur alcohólico,
allá en el Sur de afrenta y látigo,
el Mississippi cuando pasa.
Ahora ¡oh Mississippi,
oh viejo río hermano de los negros!,
ahora un niño frágil,
pequeña flor de tus riberas,
no raíz todavía de tus árboles,
no tronco de tus bosques,
no piedra de tu lecho,
no caimán de tus aguas:
un niño apenas,
un niño muerto, asesinado y solo,
negro.
Un niño con su trompo,
con sus amigos, con su barrio,
con su camisa de domingo,
con su billete para el cine,
con su pupitre y su pizarra,
con su pomo de tinta,
con su guante de béisbol,
con su programa de boxeo,
con su retrato de Lincoln,
con su bandera norteamericana,
negro.
Un niño negro asesinado y solo,
que una rosa de amor
arrojó al paso de una niña blanca.
¡Oh viejo Mississippi,
oh rey, oh río de profundo manto!,
detén aquí tu procesión de espumas,
tu azul carroza de tracción oceánica:
mira este cuerpo leve,
amgel adolescente que llevaba
no bien cerradas todavía
las cicatrices en los hombros
donde tuvo las alas;
mira este rostro de perfil ausente,
deshecho a piedra y piedra,
a plomo y piedra,
a insulto y piedra;
mira este abierto pecho,
la sangre antigua ya de duro coágulo.
Ven y en la noche iluminada
por una luna de catástrofe,
la lenta noche de los negros
con sus fosforescencias subterráneas,
ven y en la noche iluminada,
dime tú, Mississippi,
si podrás contemplar con ojos de agua ciega,
y brazos de titán indiferente,
este luto, este crimen,
este mínimo muerto sin venganza, este cadáver colosal y puro:
ven y en la noche iluminada,
tú, cargado de puños y de pájaros,
de sueños y metales,
ven, y en la noche iluminada,
oh viejo río amigo de los negros,
ven y en la noche iluminada,
ven y en la noche iluminada,
dime tú, Mississippi...
La figura de Obama nos permite recordar el largo peregrinaje negro ( por ejemplo, nucleado alrededor del SNCC, que nacido en 1960 agrupaba también a partidarios blancos) para acceder a lo que hoy es formidable escena en pos de un paso más a favor de la democratización de los seres humanos, no solo en los Estados Unidos. Un mundo entero, muchas veces aplastado, vilipendiado, excluido, silencioso, encuentra ahora un paradigma que ellos y los demás deben apreciar, como prueba inequívoca de la igualdad en las diferencias. Hay muchos sueños que se tejen alrededor de lo que Obama y sus colaboradores pueden lograr para que el mundo avance, no solo en las nuevas tecnologías sino también en el ejercicio de los valores más dolorosamente incumplidos, tales como la verdad y la justicia.
A propósito deObama y su formidable camino, hemos recordado una escena que fue vivida en el Madrid de 1969, entre el argentino Orlando Michelasi, el boliviano Oscar Rivera Rodas (actual miembro de la Academia de la Lengua Boliviana) y mi persona, como un peruano neto de la sierra central. Era febrero, todavía muy frío, en la capital española. Jóvenes de muchos países habitábamos en la Calle de la Granja, muy cerca de la Ciudad Universitaria. Ocurrió que un día memorable, allí, Orlando leyó con emoción extraordinaria la Elegía a Emmett Till, luego de Little Rock, ambos poemas memorables del poeta negro cubano Nicolás Guillén. El libro era mío, pues Nicolás es desde siempre uno de mis poetas favoritos, especialmente por la sencillez y la gran musicalidad de su poesía. Así es, desde Motivos del son y Songoro cosongo. Oscar Rivera, días más tarde, tomó el poema para un extenso análisis, como parte de los trabajos que debíamos realizar en el curso de postgrado.
Para quienes aman la poesía negra, con la epopeya vivida por su autor y por sus autores, transcribimos la elegía que escribió Nicolás Guillén, en memoria de Emmett Till, símbolo de una larga lucha por la dignidad negra, que tiene como un hermano, confidente y testigo al río Mississippi.
ELEGÍA A EMMETT TILL
A Miguel Otero Silva.
El cuerpo mutilado de Emmett Till,14 años, de Chicago, Illinois, fue extraído del río Tallahatchie, cerca de Greenwooe, el 31 de agosto, tres días después de haber sido raptado de la casa de su tío, por un grupo de blancos armados de fusiles...
The Crisis, New York, octubre de 1955.
En Norteamérica,
la Rosa de los Vientos
tiene el pétalo sur rojo de sangre.
El Mississippi pasa
¡oh viejo río hermano de los negros!
con las venas abiertas en el agua,
el Mississippi cuando pasa.
Suspira su ancho pecho
y en su guitarra bárbara,
el Mississippi cuando pasa
llora con duras lágrimas.
El Mississippi pasa
y mira el Mississippi cuando pasa
árboles silenciosos
de donde culegan gritos ya maduros,
el Mississippi cuando pasa,
y mira el Mississippi cuando pasa,
cruces de fuego amenazante,
el Mississippi cuando pasa,
y hombres de miedo y alarido,
el Mississippi cuando pasa,
y la nocturna hoguera
a cuya luz caníbal
danzan los hombres blancos,
y la nocturna hoguera
con un eterno negro ardiendo,
un negro sujetándose
envuelto en humo el vientre desprendido,
los intestinos húmedos,
el perseguido sexo,
allá en el Sur alcohólico,
allá en el Sur de afrenta y látigo,
el Mississippi cuando pasa.
Ahora ¡oh Mississippi,
oh viejo río hermano de los negros!,
ahora un niño frágil,
pequeña flor de tus riberas,
no raíz todavía de tus árboles,
no tronco de tus bosques,
no piedra de tu lecho,
no caimán de tus aguas:
un niño apenas,
un niño muerto, asesinado y solo,
negro.
Un niño con su trompo,
con sus amigos, con su barrio,
con su camisa de domingo,
con su billete para el cine,
con su pupitre y su pizarra,
con su pomo de tinta,
con su guante de béisbol,
con su programa de boxeo,
con su retrato de Lincoln,
con su bandera norteamericana,
negro.
Un niño negro asesinado y solo,
que una rosa de amor
arrojó al paso de una niña blanca.
¡Oh viejo Mississippi,
oh rey, oh río de profundo manto!,
detén aquí tu procesión de espumas,
tu azul carroza de tracción oceánica:
mira este cuerpo leve,
amgel adolescente que llevaba
no bien cerradas todavía
las cicatrices en los hombros
donde tuvo las alas;
mira este rostro de perfil ausente,
deshecho a piedra y piedra,
a plomo y piedra,
a insulto y piedra;
mira este abierto pecho,
la sangre antigua ya de duro coágulo.
Ven y en la noche iluminada
por una luna de catástrofe,
la lenta noche de los negros
con sus fosforescencias subterráneas,
ven y en la noche iluminada,
dime tú, Mississippi,
si podrás contemplar con ojos de agua ciega,
y brazos de titán indiferente,
este luto, este crimen,
este mínimo muerto sin venganza, este cadáver colosal y puro:
ven y en la noche iluminada,
tú, cargado de puños y de pájaros,
de sueños y metales,
ven, y en la noche iluminada,
oh viejo río amigo de los negros,
ven y en la noche iluminada,
ven y en la noche iluminada,
dime tú, Mississippi...