Crecer o morir. Así se definen, drásticamente, las alternativas que enfrentan los negocios en la acltualidad. Hay ejemplos cercanos que nos sirven de pruebas.
En estas condiciones, Gamarra, en Lima, Perú, fue creciendo de a pocos, a veces enfrentando la amenaza de los propios vecinos y otras veces con una penosa competencia ante la invasión de productos extranjeros, muchas veces provenientes del contrabando. La informalidad, por ejemplo, no se produce solo a nivel de los comerciantes. Abarca otros niveles o sectores, incluyendo la manera en que se conducen en más de un caso quienes deben hacer cumplir las normas.
Gamarra no debe encerrarse en su sitio de nacimiento. De ninguna manera. Necesitamos que se reproduzca, con el mismo entusiasmo, más allá del distrito de La Victoria. En San Juan de Miraflores, en San Juan de Lurigancho, en Comas, en las Villas Marías, en Ate Vitarte, en el Callao; así, sucesivamente.
De lo contrario, los propios productos de Gamarra sirven para un mayor beneficio de los intermediarios, solo por llevar el producto a la mano del consumidor. Pierde el productor y se perjudica el consumidor. Igualmente, Gamarra corre el riesgo de ser envuelto por los competidores.
Creo que el mercado está a la mano. Los productos, ni hablar. Probablemente, falta una motivación para seguir creciendo, más allá del espacio inicial. Se debe superar el estilo de un mercado tradicional, estático y peligrosamente confiado.
Sabemos de sobra que en la demora está el peligro. Se requiere tomar decisiones, con un plan mínimo y una buena voluntad de los mejores productores.
En consecuencia, los anhelos de exportar deben ser fortalecidos con un copamiento gradual también del mercado interno, en lugar de entregar su esfuerzo y su beneficio a otros.
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